Facundo, de 17 años, recibió 25 perdigones de balas de goma en la espalda cuando volvía a su casa después de jugar al fútbol
[caption id="attachment_25118" align="aligncenter" width="789"] El policía acusado le disparó por la espalda a Melgar[/caption]Como marcas de una época que recién empieza, la espalda de Facundo Melgar tiene las heridas de 25 perdigones de balas de goma. Los círculos de rojo furioso están ahí desde la madrugada del 3 de febrero, cuando un policía le tiró desde atrás, cobardemente, desde un patrullero y a corta distancia. Los amigos de Facundo fueron testigos del acontecimiento y justamente por eso, diez días después, los sorprendieron en la parada del colectivo, los atacaron a golpes, los amenazaron de muerte y los mantuvieron detenidos durante algunas horas.
Villa Zorraquín es un barrio al norte de Concordia, donde conviven las familias que allí residen desdesiempre con los nuevos vecinos que llegaron atraídos por el desarrollo de la zona en los últimos años, al calor de los emprendimientos turísticos y termales. Desde la ruta –en rigor, la avenida Monseñor Rösch– da la impresión de ser un sitio caracterizado por el sosiego, de siestas persistentes, pero por dentro y de noche puede volverse un infierno.
Un infierno. Eso fue lo que vivieron Facundo, sus compañeros y su familia en las primeras horas del feriado provincial del 3 de febrero. El gurí de 17 años juega muy bien al fútbol, se destaca en la reserva del Club Atlético Villa Zorraquín y acaba de ser convocado para integrar la Primera. Entrena de noche, el único momento del día donde el calor otorga algo tregua en estos meses. El martes 2 salió a las 10 de la noche de su casa a participar de la práctica y después enganchó con los campeonatos comerciales que en el lugar se extienden hasta pasada la medianoche. La cancha estaba llena, atestada de jugadores aficionados que también se convierten en hinchas. Cuando terminó todo, cuando se apagaron las luces del campo de juego, él y sus amigos se quedaron un rato más en una esquina, tomando una Coca y charlando sobre las jugadas destacadas de la fecha y sobre lo que les depararía el futuro.
Nina Pereyra, la mamá de Facundo, se levantó de la cama y se asomó a la puerta. Lo vio en plena charla, a 50 metros de distancia, y se volvió tranquila para adentro. Pocos minutos después sintió un estruendo tan fuerte que creyó que le habían tirado abajo la casa. Salió todo lo rápido que pudo y se chocó con su hijo tirado en el piso, inconsciente, con la espalda ensangrentada. A Nina se le desplomó la presión del susto. Pensó que lo habían matado.
“Chocalo, tirale”
La casa de Facundo está a media cuadra de la cancha. Aquella charla post fútbol transcurría a pocos pasos de uno y otro lugar. Eran las 2 cuando tres patrulleros aparecieron en medio de la noche y se detuvieron frente a los chicos. Ellos se quedaron allí, no entendían qué estaba pasando, suponían que si algo sucedía no tenía que ver con ellos.
—¿Qué hacen acá? —increpó uno de los policías.
—Recién terminó el fútbol. Acabamos la Coca y nos vamos —respondieron.
—Váyanse, váyanse, váyanse.
Uno de los uniformados hizo disparos al aire. Lo identificaron como Nelson Martínez, de la comisaría de Villa Zorraquín.
En grupo, los jóvenes comenzaron a caminar por la calle en dirección a la casa de Facundo. Uno de los patrulleros, que aseguran pertenece a la comisaría del barrio La Bianca, los seguía lentamente, casi pisándoles los talones.
—¡Chocalos, chocalos! —gritaba Nelson Martínez.
Los chicos subieron al pasto, intentando evitar la persecución. Ya estaban llegando a la casa.
—Vamos a entrar —propuso Facundo a sus compañeros.
Entonces Martínez gritó:
—¡Tirales, tirales! —y pronunciaba los nombres de cada uno.
Abrieron el portón y empezaron a entrar de a uno. Eran ocho. Facundo quedó último; cuando estaba por ingresar, el patrullero subió al pasto y se le acercó aún más. Parecía que lo iba chocar. Un hombre sin uniforme pero con chaleco, que sería de La Bianca, le disparó por la espalda.
Facundo cayó desvanecido.
“Sentí el estruendo, tan fuerte que parecía que me habían volteado la casa. Salí y encontré a mi hijo tirado, desvanecido en el piso. No solamente lo balearon; también lo dejaron abandonado. Cuando lo vi todo ensangrentado, cuando vi cómo tenía la espalda, dije me lo mataron, me lo mataron”, relató luego Nina Pereyra a Telaraña.
Salió un primo de Nina que vive al lado. Salieron otros vecinos.
—¿Qué pasó?¿Qué pasó? —preguntó Nina antes de descomponerse.
—Le tiraron por la espalda. La Policía de La Bianca —explicó, como pudo, uno de los jóvenes.
La gente auxilió a Facundo. Tenía una campera gruesa arriba de la camiseta de fútbol. Eso lo salvó de que el impacto de bala de goma haya sido más grave. Cuando volvió en sí, el chico no quiso que lo llevasen al hospital.
Nina se presentó en la Fiscalía de Concordia el jueves 4. Como estaban con mucho trabajo por dos graves casos de femicidios, no pudieron tomarle la denuncia. Regresó el viernes y pudo dejar asentado lo sucedido, pero recién consiguió que el médico forense viera a su hijo el miércoles 9, después del fin de semana largo de carnaval. El médico contó 25 perdigones. “Dijo que si le hubieran pegado un poco más arriba, no cuenta el cuento”, recordó la mujer.
Amedrentados
El sábado 20 de febrero Facundo y tres amigos, que habían estado presentes aquella noche, se disponían a ir a un cumpleaños de 15 en avenida Tavella. Los tres serán testigos en la causa. Para ir a la fiesta debían tomar el colectivo que pasa cada una hora en dirección al centro de Concordia y para en la garita que está a pocos metros de la Comisaría Quinta. Estuvieron hasta pasada la medianoche en la casa de Facundo haciendo tiempo. Minutos antes de la 1 salieron de la vivienda, pasaron por la comisaría y llegaron a la parada.
Entonces frenó un patrullero que reeditó el infierno. Los tres jóvenes, Andrés (23 años), Brian (19), y José (17) fueron víctimas de golpes; los agarraron de los pelos, les pegaron con un fierro.
—¡Andá, no es con vos! —le dijeron a Facundo.
Facundo llamó a un hombre que estaba con su pareja ahí cerca.
—Vení. Mirá cómo les están pegando.
Los tres muchachos fueron a parar a la Central de Policía, frente a la plaza principal de la ciudad. En el trayecto los amenazaron de muerte, relató Nina. Les tomaron los datos y los largaron. Se tuvieron que volver a pie a Villa Zorraquín. Caminaron una hora y media.
“Los chicos no entendían por qué les pegaban. Yo creo que es porque van a ser testigos”, sostuvo Nina, intentando encontrar razones a lo irracional.
Alfredo Hoffman: Telaraña digital