Bajo una lluvia persistente y lamayor ola de frío que azotó al país en 15 años, Jorge Mario Bergoglio visitó por segunda vez en su vida el Santuario Nacional de Aparecida, uno de los templos más grandes del mundo y la principal puerta de conexión de la Iglesia Católica con el Brasil profundo y amazónico. La primera cita fue en 2007 para conducir la redacción del documento final del V Encuentro del Episcopado latinoamericano, pero ayer pisó la imponente casa de la Virgen Morena, patrona del país, como Francisco, el primer Papa latinoamericano que volvió al mismo lugar luego de seis años. Esta vez estuvo rodeado por más de 200 mil fieles que soportaron el clima inusual, hasta que el Sumo Pontífice volvió a Río de Janeiro, para cerrar un día cargado de mensajes políticos. En Aparecida, contra la pobreza y en Río, contra el narcotráfico.
Cerca de las 10 de la mañana, comenzó la primera liturgia oficial del jefe político del Vaticano en tierra brasileña. Desde la noche anterior, lo esperaron más de 4000 personas en vigília y cuando ingresó al santuario, se habían concentrado más de 200 mil personas, además de las 12 mil que había adentro y las 6000 que permanecieron sentadas frente a su balcón principal. Luego de los calurosos recibimientos, dentro y fuera del santuario, Francisco remarcó el peso que tendrá Aparecida en el futuro. "En este santuario, donde hace seis años se celebró la V Conferencia General del Episcopado de América Latina (...) he podido constatar personalmente cómo los obispos –que trabajaban sobre el tema del encuentro con Cristo, el discipulado y la misión– se sentían alentados, acompañados y en cierto sentido inspirados por los miles de peregrinos que acudían cada día a confiar su vida a la Virgen: aquella Conferencia ha sido un gran momento de la Iglesia. El documento nació precisamente de esta urdimbre entre el trabajo de los pastores y la fe sencilla de los peregrinos, bajo la protección materna de María", dijo el Papa oriundo del barrio porteño de Flores, en un cuidadoso portugués con acento argentino. La definición cosechó una ovación dentro y fuera del templo, pero también fue un claro mensaje sobre la importancia que tendrá para su papado el documento conclusivo que coordinó hace seis años cuando estuvo a cargo de resumir 2250 aportes de obispos latinoamericanos, que hoy forman parte de un texto de 300 páginas, que critica la economía de libre mercado, defiende la Doctrina Social de la Iglesia, condena el narcotráfico y cuestiona a los "nuevos populismos" dentro del continente. La pieza, convertida ahora en clásico, analiza la religiosidad latinoamericana, y hace hincapié en cuatro momentos claves: la devoción humana, la fiesta, la peregrinación y el santuario.
Todos esos factores se concentraron ayer ante la patrona del Brasil, y fueron sutilmente repasados por el Papa Francisco que no eludió las definiciones políticas y se concentró en la juventud, el principal protagonista de esta 28ª Jornada Mundial organizada por el Vaticano. Dentro y fuera de la Iglesia, no sólo había jóvenes de todo el mundo, también visitantes de distintos puntos del interior brasileño que difícilmente hubieran llegado a Río para encontrarse con el primer Papa argentino y jesuita. A todos les señaló "tres sencillas actitudes: mantener la esperanza, dejarse sorprender por Dios y vivir con alegría". La enumeración abrió la puerta para la conexión doctrinaria con el paper de Aparecida. "Es cierto que hoy en día, todos un poco, y también nuestros jóvenes, sienten la sugestión de tantos ídolos que se ponen en el lugar de Dios y parecen dar esperanza: el dinero, el éxito, el poder, el placer. Con frecuencia se abre camino en el corazón de muchos una sensación de soledad y vacío, y lleva a la búsqueda de compensaciones, de estos ídolos pasajeros", leyó el ex cardenal primado ante una multitud que desbordó las cuatro naves del templo. Antes de concluir, propuso dar "aliento a la generosidad" que caracteriza a los jóvenes: "Ayudémoslos a ser protagonistas de la construcción de un mundo mejor: son un motor poderoso para la Iglesia y para la sociedad. Ellos no sólo necesitan cosas. Necesitan sobre todo que se les propongan esos valores inmateriales que son el corazón espiritual de un pueblo, la memoria de un pueblo. Casi los podemos leer en este santuario, que es parte de la memoria de Brasil: espiritualidad, generosidad, solidaridad, perseverancia, fraternidad, alegría", y destacó que "son valores que encuentran sus raíces más profundas en la fe Cristiana".
"Chiquinho", como le dicen al Papa en Brasil (como diminutivo de "Francisquinho") es el tercer Pontífice que visita Aparecida. Primero estuvo Juan Pablo II, luego Benedicto XVI y ahora él. Después de la megahomilía, custodiada por 5000 efectivos del Ejército, Bergoglio salió al balcón del santuario con una réplica de la Virgen Morena que le regalaron, pero no dio un discurso de 15 minutos como estaba previsto por razones de seguridad. En su lugar saludó a los asistentes sentados, y prometió volver en 2017, cuando se cumplan 300 años del momento en que tres pescadores vieron a la virgen en el Río Paranaíba. Para entonces, también se cumplirá una década del documento de Aparecida, la posible base de una nueva encíclica papal que reformulará la doctrina social de la Iglesia. "Recen por mí", les pidió en castellano, mientras tocaba la imagen negra que le obsequió el presidente de la Conferencia Nacional de Obispos de Brasil, Raymundo Damasceno Assis antes de empezar la ceremonia. El color "fue causado por el lodo del río" y "fue interpretado como una referencia a los sufrimientos de los pobres y excluidos, especialmente del pueblo negro a lo largo de la historia del Brasil".
La gira implicó un viaje en avión y helicóptero para cruzar los 245 kilómetros que separan a Río de Aparecida. El recorrido de llegada y partida fue en el Papamóvil. Francisco insistió en usarlo, a pesar de las recomendaciones de la seguridad brasileña. Sin embargo, esa decisión le permitió saludar a los miles de peregrinos que lo esperaban en la calle desde dos días antes. Por la tarde, el portavoz del Vaticano, Federico Lombardi, definió a las jornadas, como "una celebración de la vida y de la paz, de la justicia y de la esperanza, y constituye una expresión práctica del mensaje de Aparecida, que denuncia la diferencia evidente entre ricos y pobres presente en el continente y propone la opción preferencial y evangélica por los pobres". El primer mensaje político del nuevo jefe latinoamericano del Vaticano había concluido, y sólo era la primera parte de lo que vendría por la tarde. Y tambiénen de los años que vendrán. «