Saltar menú de navegación Teclas de acceso rápido
Sociedad

El hijo de Ramona, una historia conmovedora de la vida real

Desde la mirada de un inocente niño que fue testigo de una vida llena de sufrimiento y desesperación, Elbio Vargas, Director de Cultura de Feliciano, cuenta la historia de una mujer de Distrito Atencio, llamada Ramona.

teso

El hijo de Ramona


Desde gurí tuve muchas habilidades para las artes plásticas, solía pasarme horas haciendo muñecos y la mayoría eran figuras referidas a los santos. Fabricaba varias versiones de pesebres, algunos de barro con la casita de paja en forma de choza, otros de arpillera e hilos, alambres, trapos, todo servía para darle vida a tales personajes dignos de devoción para mis cuatro o cinco años. “Le va a salir cura”. Decía el Chueco Benítez a mi padre mientras le servía el sexto vaso de vino. “Además sé que es monaguillo y colabora con las tareas de la catequista”… “¡Eh..! Lo mato antes de que me salga para ese lado”. Contestaba mi padre antes de que sorbiera a grandes tragos la ganancia de su changa. Se pasaba horas acodado en aquel bar contando mis habilidades… lo hacia para pasar el tiempo mientras conocidos que entraban a hacer sus compras al salir le pagaran las copas.

Mi madre que vivía trabajando solía llegar con las bolsas llenas de comida a media siesta, transpirando, siempre con un suspiro en la garganta, se sentaba un rato antes de entrar a la casa, su sillón con almohadón de hilachas lo esperaba bajo un árbol, contemplaba el patio recién barrido y regado por mis hermanas con escobadura y pedía que le pongamos agua para el mate.

Algunas tardes nos visitaba la Ramona, su amiga de la infancia, contaban que solían ir juntas a la escuela y tenían varias anécdotas porque lo hacían a caballo ya que la escuelita Nº 21, allá en Distrito Atencio, les quedaba lejos… Mamá contaba por lo bajo de que no estaba muy bien de la cabeza, “siempre fue así”, decía arrugando la nariz, era un gesto que tenía cuando algo no era de temer. Cuando nos visitaba, colocaba un banquito frente a ella y solía pasarme horas mirando sus profundos ojos negros, parecían estar siempre a la defensiva, su pelo lacio hasta el hombro entrecanos, su voz siempre trémula, su piel opaca y oscura se le pegaba al hueso de rasgos indígenas, sus manos siempre temblorosas e inquietas a la hora se cebar el mate. Con ella no quedaba nunca la bombilla quieta, tal vez porque su vida era de igual manera. La veíamos esporádicamente ya que siempre que lo hacia estaba parando en el hospital porque venia desde el campo donde aún vivía, por enfermedades o para tener familia y esperaba días, una conducción para volver.

Todas las veces que vino tenía siempre el mismo problema. Supo tener dos hijas, una de pelo enrulado de tez blanca y ojos verdes medios amelados, grandecita ya, otra un poco mas chica y morocha de cara redonda y cachetes rosados. A las dos hijas se las pidieron en el hospital, contaba. Para conformarla le decían que irían a parar a la familia de algún medico. Que andarían bien vestidas. Tendrían juguetes y que las querrían mucho... “A lo mejor debe ser para bien de ellas “¿no Negrita?”, Se conformaba tristemente diciendo, mientras le daba una vuelta más a la bombilla del mate y unas lágrimas interminables corrían por su nariz y mejillas curtidas, vaya uno a saber si por el sol, el viento, el hambre, las heladas o una combinación de ellos.

A la tardecita mamá nos bañaba y con ropa hacendosa salíamos al centro del pueblo en épocas de festividades, “Vamos a ver al Pesebre” decía ella, animando nuestra indiferencia. Al principio pensaba que el Pesebre era un señor ya entrado en años de ropaje marrón con un sombrero deshilachado… ¡Qué Imaginación!… hasta que descubrí realmente lo que era y me enamoré de aquellos personajes inmóviles que contaban una hermosa historia.

Una de esas tantas tardes, después del mate y de despedirse alegremente, Ramona volvió llorando desconsoladamente del hospital. Le habían sacado al único varoncito que había parido. Aquella escena era desgarradora. Recuerdo que sentí una terrible angustia que se apegaba al llanto de sus ojos y esas lágrimas redondas que fluían a borbotones y sentía un frío inmenso que rozaba mis piernas flacas y desprotegidas.
Nadie se atrevía a averiguar por esa criatura, eran otras épocas donde nadie cuestionaba nada, todo se hacia de acuerdo a los que los militares y algunos acomodados hijos de Puta, dictaban.

…Habrán pasado unos seis o siete años de que la Ramona desapareció. Cuando la volví a ver, andaba deambulando pidiendo de puerta en puerta qué comer y con su locura más acentuada… Ya no nos conocía… ni sabia donde quedaba nuestra casa… la municipalidad le hizo un ranchito en las afueras con paredes de ladrillos de rafa y un techo de chapas para sacársela de encima… ella solía salir por las tardes rumbo al pueblo y nunca dejaba de pasar por la iglesia. Parada frente a la virgen solía pedir a gritos por su hijo varón, largando de a ratos terribles sollozos, tal vez porque nunca supo del porqué se lo habían quitado.

Una tarde de mucho calor entró al templo, yo andaba haciendo mandados, cuando en una esquina se vio un tumulto de personas, policías y viejas de la iglesia que pedían que atrapasen a la loca… se había llevado al niño Jesús del pesebre. La alcanzaron en una calle rumbo a su casa, se puso de cuclillas con el niño escondiéndolo contra su pecho…pedía a gritos que no se lo quitasen y la gente que la rodeaba la acusaba de ladrona, los milicos haciendo fuerza en sus muñecas lograron arrancarle la criatura de yeso. Cuando ya habían logrado lo que querían se alejaron… algunos a pie, clavándole la mirada acusadora. Otros en patrulleros, dejando una polvareda con gusto a saladas lágrimas y gemidos…Yo quede mirándola, porque sabia más que todos los curiosos, cuál era el motivo de su arrebato de locura… pero ¿quien le puede hacer acaso a un gurí descalzo con una bolsa de nylon en la mano?...

Hoy mirando el tiempo transcurrido y por esas grandes casualidades de la vida, por motivos artísticos y otros que hacen a mi fe, me he convertido en uno de los colaboradores del cura párroco. Cada ocho de diciembre, día de la Virgen, armo el pesebre de la iglesia. ¡Ese que admiraba tanto de chico!.. O sea que custodio el niño Jesús de yeso… al hijo de la Ramona.

Autor: Elbio Orlando Vargas

Ahora en portada

Teclas de acceso