El amor hacia una madre no tiene color de piel,
ni fronteras que cruzar, ni distancias que recorrer.
Es un sentimiento que se arraiga en tu corazón
igual como el árbol echa sus raíces en la tierra,
igual como la flor venera al sol,
igual al encuentro entre el cielo y el mar.
Una madre es lo más sagrado que pudo crear Dios,
después de El mismo, es nuestro mejor Angel de la Guarda,
nos cuida desde antes incluso de nacer
y a medida que crecemos, sigue nuestro curso por la vida
con el mismo primoroso cuidado
y al final al expirar es en sus brazos
donde nos sentimos en paz.